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Antonio Gala – Bosquejo de un amigo

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Elio Berhanyer, como toda persona que vale la pena -y cuanto más grande sea la pena, mas es un inefable. De otra forma, algo que con palabras no puede explicarse.

Cuanto yo lo conozco no es por las conversaciones que hayamos tenido durante más de 40 años. No es por el conocimiento o la adivinación de sus opiniones. No por la proximidad o la distancia de sus preferencias. No por la coincidencia de sus gustos artisticos con los mios. No por la admiración que a los dos nos suscita este o aquel texto de esta o aquella copla, sobre todo si es de León y Quiroga..

No es por los viajes que hemos hecho juntos. Ni por los silencios con que nos hemos explicado y entendido. Ni por las sensaciones que en nosotros despierta la belleza. Ni por la disparidad de nuestras ideas políticas. Ni siquiera por las contradicciones que compartimos (es justa esa expresión) sobre un tema cualquiera…

Si lo conozco, no es por los aciertos de vestuario con que ha enriquecido diversos textos míos de teatro. No es por el indecible (otro inefable) amor que sentimos por Córdoba, donde él nació, y se fue, mientras yo nací fuera, y llegué, y de la que ahora formamos parte activa los dos. Una parte también externa a nosotros, aunque no ajena: yo, por mi Fundación para jóvenes creadores; él, por su Cátedra de moda en la Universidad.

Lo que conozco de él no es porque conozca – aunque así sea – los avatares de su vida. Ni a su familia, ni su pasado triste ni el alegre. No porque me hayan esperanzado sus esperanzas, o haya sido testigo de algunas desdichas suyas y algunos regocijos, nunca en exceso ruidosos.

A Elio lo conozco no por sus exteriorizaciones sino al contrario: por su ensimismamiento. Porque, a fuerza de consentir, a fuerza de compadecer, a fuerza de confundirnos y de compenetrarnos, he logrado adivinar. Ha sido, en ocasiones, en las fundamentales ocasiones, siendo él mismo y yo mismo, sin proponérnoslo ninguno de los dos: de la manera natural en que sucede lo inevitable, sea deseado o rechazado.

De ahí que no pueda -ni quiera- definir a Elio Berhanyer. Porque es indefinible, y porque no me gustaría, aunque fuese posible, definirlo. Para mí es un interminable compañero de vida. Un amigo, un tanto taciturno, con el que he coincidido, más que en otra cosa, en la manera de mirar y en la dirección en que miramos. Un amigo que ha ido formando parte de mí mismo: no del lado más alegre mio, sino acaso del menos accesible y más secreto. Un amigo con el que he cenado, con una complicidad siempre rodeada de gente, cientos y cientos de sábados, un menú que él tramaba y guisaba: un menú casero, sustancioso, casi campesino. Hecho para no multiplicar mis muertes clínicas. Hecho para alimentar nuestra amistad.

Se trata, en fin, de un amigo cuyo nombre, para decirlo de una forma sencilla, es Elio Berenguer.

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