Vogue – Enero 2016
«En 1967 Bergdorf Goodman me ofreció hacer una colección; nos invitaron a mi mujer y a mí a Nueva York a negociarlo y nos alojaron en una suite del Plaza. ‘Mañana os recogeremos para ir a cenar’, nos dijeron. Al día siguiente mi mujer me despierta y me dice: ‘Asómate a la ventana, verás cómo te recibe Nueva York’. Me asomo y veo el hotel acordonado y a una multitud inmensa alrededor. Al verme, empiezan a chillar, así que me asusto y me vuelvo. ‘¿Ves qué recibimiento? Vuelve a asomarte, anda’, se ríe mi mujer. La segunda vez tiran las vallas, la policía arremete a caballo y todos chillan. ¡Aquello es el horror! Resulta, y esto lo supe después, que nos alojábamos en la cuarta planta… ¡y en la suite de al lado estaban los Beatles!». Elio Berhanyer se ríe con ganas, seguro de que la historia es buena.
Nacido en Córdoba, cumple 87 el mes que viene, le fallan vista y oído y le da la réplica un bastón, pero la edad no ha hecho mella en su poderosa presencia, la habilidad para contar una buena historia o sus dotes de gran fumador. Sus musas, las que han acompañado al patriarca de la moda española a lo largo de buena parte de su travesía, lo saben y celebran su aparición en el umbral de la puerta como la de un profeta. «Míralo –me indica Pilar González de Gregorio, presidenta de Christie’s en España–; parece un califa de los de entonces». Alejandra de Rojas, cuya madre –la Condesa de Montarco – fue primero modelo y luego relaciones públicas del modisto durante años, lo abraza con ganas. «Todavía recuerdo cuando venía a casa siendo yo niña para buscar a mi madre y yo me quedaba en pijama hablando con él mientras se tomaba un jerez; es entretenidísimo». También es el decano de la moda en España; el último de una era en la que se cosía en mayúsculas, a cuya puerta llamaban reinas y estrellas de Hollywood y cuyas creaciones pasearon palmito por medio mundo de la mano de la Cámara de la Moda.
Durante los años 60 y 70 Elio vistió a la gente fina y también a la moderna, vio retratados sus diseños por Penn y Avedon en las cabeceras americanas de Vogue y Harper’s Bazaar, vendió en los almacenes más lujosos del planeta, y accedió a lugares tan remotos como el otro lado del Muro, en Berlín. «Probablemente el único español que vio aquello a los pocos años de la segunda guerra mundial». Paseó por la noche madrileña del brazo de Ava Gardner, a la que también vistió – «la mujer más guapa a la que he vestido, pero no era elegante; las cosas como son»–, renovó el denostado gremio de las modelos con jóvenes y elegantes socialites – él fue quien lanzó internacionalmente a las hermanas Naty y Ana María Abascal como una única y rapidísima modelo española– y se permitió refinadas excentricidades como un zorro al que sacaba de bares colgado del cuello como una estola y un guepardo –con su correspondiente jaula con calefacción para el invierno– que en una o dos ocasiones provocó la alarma en casa – «con el embajador alemán; su mujer se desmayó»– y fuera de ella – «la única vez que se me ocurrió sacarlo de paseo en mi Jaguar blanco descapotable. Al verlo, los coches aminoraban para ir a la par y la caravana que se montó fue de tal magnitud que me dije, nunca más».
De aquella época le quedan tesoros como el retrato que le hiciera Avedon aquel día que su bronceado gitano, descalzo y sentado en una silla de enea, obligó al fotógrafo a un «quieto ahí» y el curioso honor de haber rechazado, de manera reincidente a las grandes casas de lujo. «La primera oferta fue para Nueva York con Elizabeth Arden, y mandé a Oscar de la Renta –confirma entre risas–. La otra vino de Londres. Después de que a Yves Saint Laurent lo mandaran al servicio militar la casa Dior se quedó sin diseñador. Me mandaron un avión privado y me la ofrecieron. Pero también dije que no. En España tenía mi clientela, mi atmósfera; y tenía que dejarlo todo e irme a París en una época en la que el nombre del diseñador no se divulgaba. Dejarlo todo para eso, pensé… no». Elio asegura que no se arrepiente, y no es para menos.
Sus diseños, donde confluyen sus raíces –«el blanco y negro de la Andalucía pueblerina, que es la que me gusta»–, con la vanguardia de la época que le vio nacer como modisto, dieron lugar a un diseñador de estilo único cuyo legado se analiza con creciente interés. «Antes creía que era más clásico; ahora miro sus diseños y veo que no, que fue vanguardista y rompedor, y que se inspiraba en artistas como Picasso y tenía similitudes con Courrèges », explica Alejandra de Rojas. Pilar alude precisamente a esta modernidad: «Después de Balenciaga fue la gran figura que sacó la moda española a la calle; tuvo siempre unas señas de identidad muy españolas, pero conectó con el diseño de moda europeo y aportó un aire de internacionalidad. Balenciaga lo hizo también, pero Elio, sin dejar de ser exclusivo, era más fresco, más libre, más fácil de llevar. Su ropa gustaba a las jóvenes y creo que llegó a más gente que un Balenciaga, que fue un genio, pero también muy elitista y hacía trajes que eran muy importantes en sí, quizá más que la mujer que los iba a llevar. Elio no; sus diseños son fuertes y con personalidad, pero no ensombrecen a la mujer». «Más bien al contrario, te hacen sentir muy especial –señala Antoinette Seilern, casada con Juan Figueroa, nieto de Aline Griffith, Condesa de Romanones y otra de las incondicionales del modisto–. Yo soy austriaca y en el extranjero se viste mucho de largo; así que se los robo a la Condesa –se ríe–. Usé uno verde en una de esas cacerías a la que todas van de Gucci y fui perfecta. O el rojo que tengo; el propio Valentino se acercó un día a preguntarme por él en una boda en Italia».
Elio Berhanyer rodeado de sus musas: Alejandra de Rojas, Pilar González de Gregorio y Antoinette Seilern.